El encuentro con el Glumpo
Amaneció muy rápido, al menos así me pareció. Me vestí con premura agilizando el encuentro. Otro día más para ver a mi amigo el Glumpo.
Era emocionante guardar el secreto, nuestro secreto.
Salí corriendo de casa. Llegué al lugar donde siempre nos encontrábamos. Ahí estaba esperándome.
_ ¡Hola Glumpo! – le dije.
Giró su cabeza dos veces. Esa era su manera de saludarme.
Lo cogí de la mano y lo llevé al riachuelo.
_ Puedes mirarte Glumpo.
Sus ojos rojos se encendieron y emitió un sonido agudo: _ ¡pliic!, ¡pliic! Cuando estaba contento así lo hacía.
Me llenaba de alegría el encuentro y me enternecía su mirada cargada de una emoción que me conmovía. Era como un niño, alegre y vivaz, capaz de gozar con pequeñas cosas que sólo los niños saben apreciar.
Pequeño Glumpo, haces de mi vida un oasis de felicidad.